lunes, 23 de noviembre de 2015

¿Cuándo jubilar unos tenis de escalada?

En los últimos meses lo único que no había cambiado en mi vida, eran mis tenis de escalada. Cientos de pegues, metros y metros de escalada, más una reensuelada, es el breve resumen que describe (pero no detalla) la vida laboral de mis Miura, definitivamente unos guerreros todo terreno.


 Llevaba un par de meses pensando que había llegado el momento de jubilarlos, sin embargo (manías de viejito) no me gusta retirar el equipo así como así, a menos que se trate de una cuestión de seguridad y en el calzado difícilmente aplica. Y no se trata de un apego enfermizo, sino más bien de un respeto ganado. Nuestro equipo nos acompaña en las buenas y en las malas, cuando encadenamos y cuando no, igual si hace frío que si hace calor, en fin, se vuelve parte de nuestras vidas de alguna manera.


Por poco más de dos meses había estado lesionado de un dedo, no seriamente pero lo suficiente como para abandonar por completo el entrenamiento y escalar a medias. No proyectos, no regletas y no mucha motivación. Hay quien podría decir que la vida del escalador es más dura cuando se está lastimado que cuando se tiene roto el corazón.


 Mi proyecto de los últimos meses había sido salir de la lesión y en la cueva de El Arenal, por alguna extraña razón, siempre he encontrado lo que yo llamo “pegues terapéuticos”, tanto físicos como mentales. Es uno de mis sitios preferidos y a pesar de haber escalado prácticamente todo ahí (con cientos de repeticiones), nunca me aburre. Cada pegue siempre es distinto, aún en el mismo día a la misma ruta.


 Además de los proyectos más duros como “Rarotonga Power” (posible 5.14c), aún me quedaba una ruta que francamente nunca había querido probar porque visualmente nunca me llamó la atención y fue Quetzali quien me animó a probarla. Un poco a regañadientes comencé a darle algunos pegues junto con ella, pero mi falta de entrenamiento y mi lesión me tenían muy pero muy fuera de forma, por lo tanto me llevó muchos más pegues de los que pensé. Pero todo llega cuando debe ser y siempre hay buenas lecciones que aprender.


 El pasado fin de semana todo comenzó un poco mal. Nos desvelamos, por lo tanto salimos tarde de casa, había una peregrinación en la autopista que nos hizo retrasarnos una hora más, hasta que finalmente llegamos. Con poco ánimo y mucho calor subimos hasta el árbol de “Pogo” y nos tiramos ahí, sin la más mínima intención de caminar hasta la cueva. Una sombra perfecta, clima inmejorable y la mejor vista nos dejarnos relajarnos como hace tiempo no lo hacíamos. No había ningún tipo de presión y tampoco intenciones de ir a escalar.


Al final y ya tarde, cuando estábamos a punto de regresar decidimos ir a la cueva y dar un par de pegues (al menos para ganarnos el postre). Calenté menos que nunca, di dos pegues rápidos a “Matanga” y nuevamente Quetza me animó a dar un pegue a la ruta. Sorprendentemente me sentí fuerte y los pegues terapéuticos funcionaron. Encadené y el dolor de mi dedo se redujo considerablemente, casi desapareció.


Siempre he pensado que la escalda no es una carrera de velocidad, sino de resistencia y hay que estar ahí para aguantarla. Así que respondiendo la pregunta del principio, por fin jubilé mis tenis, me di de alta de mi lesión y confirmé una vez más que la roca y los buenos amigos siempre están ahí para ti. 

Gracias TUTU, “Poncho” (y “Pogo”) por asegurarme.




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