viernes, 22 de agosto de 2014

POGO, el guardián de la cueva.

Por más que lo intento no he logrado recordar el día en que lo conocimos, pero sé que de eso ha pasado mucho tiempo, años. Quizá fue un día como cualquier otro en que íbamos a escalar a la cueva, pero sin duda aquel fue distinto. Debimos haber sido recibidos con la incondicional alegría que le caracterizaba y acompañados durante todo el camino hasta la cueva misma. Una y otra vez la historia se repitió, bajo el sol implacable, las tupidas lloviznas o los no tan comunes pero sí muy fríos días que caracterizan El Arenal.


Su disposición era la misma sin importar el clima, el hambre o de quién se tratara. Subir corriendo detrás del auto, hacer fiestas al bajar de él y ser fiel compañero de eternas jornadas de escalada, terminaba una y otra vez con el mismo final… una triste despedida y una larga espera hasta el siguiente fin o en el peor de los casos, hasta la siguiente temporada. Pero siempre que volvíamos, él estaba ahí, nunca entendí cómo pero sobrevivía ahí.

 

“Pelusa”, “Estopa”, “Peluche”, el mil apodos… “el guardián de la cueva”. A veces me preguntó cómo es que siempre se le veía feliz y la respuesta es sencilla, robando palabras ajenas diría: “Feliz no es quién tiene todo, sino quién menos necesita” y él necesitaba poco. Unas cuantas croquetas, la compañía de su “Güera” y algunas caricias que le daban ánimo para aguardar la llegada del siguiente escalador.


Un día su “Güera”, compañera de años, desapareció. Literalmente sin dejar rastro. A partir de entonces el deseo de llevarlo a casa creció, solamente nos detenía el saber que la cueva era su sitio, su tierra y su libertad. Cómo alejarlo de tremendos atardeceres, de los arcoíris más espectaculares y de las noches estrelladas que tiene la tierra tan pobre y tan rica de El Señor de las Maravillas. Al final no fue tan difícil, fue suficiente el llegar un día y encontrarlo lastimado para que la ruta proyecto se convirtiera en ir al veterinario, curaciones, baño de espuma, despulgada brutal y bienvenida a su nuevo hogar.


POGO, quien por fin dejó de tener apodos, fue más que bienvenido en casa. La Miss Quetza, “Estopa” y “Tikka” fueron felices al no tener que dividir en tres al mismo hombre y POGO fue feliz al saber que pasar hambre, calor y frío no era lo normal. Lo normal se había convertido en tener agua para beber, una superficie suave para dormir y un par de manos acariciando su cuerpo.


Los paseos matutinos se hicieron costumbre, al igual que sus fuertes ladridos cuando llegábamos a casa. Regresamos muchas veces juntos a la cueva y aunque era el primero en bajar del auto, también era el primero en subirse nuevamente, listo para regresar a casa después de la jornada. Conocía tan bien la cueva que a veces pienso hasta podría haber dado beta a uno que otro despistado.


Repentinamente, después de ocho meses de su nueva vida un mal congénito se lo llevó. Todo lo lento que había sido antes, ahora fue súbito, duro, inexplicable (como suele ser en éstos casos… “justo cuando todo iba bien”). Pero ésta historia no tiene un triste final, eso quedó atrás y POGO regresó a casa, regresó a su cueva, con todo el cariño que antes le faltó y sabiendo que tuvo (y tiene) una familia y hogar. Gracias POGO por los meses que nos regalaste, pero sobre todo por haber esperado tanto tiempo por nosotros, por haber sacado las sonrisas más lindas de la Miss y por querernos tanto. A cambio… te conseguimos el lugar con el microclima más exquisito de la cueva y la mejor vista del lugar. Buen camino querido POGO. 

En realidad estas palabras son para ustedes dos… para el mejor amigo del hombre y para la mejor amiga del POGO, la Miss Quetza.