martes, 1 de abril de 2014

Ir ligero, para regresar cargado.

Siempre me ha gustado viajar ligero y cargar con lo indispensable. Por lo general con una mochila pequeña basta y sobra, en realidad siempre sobra… una camiseta que nunca se usa y la chamarra que va de más, junto a cosas que llevamos literalmente de paseo. Para estos casos aplico la de “más vale que falte y no que sobre”, al final, en éste mundo tan globalizado podemos conseguir casi lo que sea en donde sea. Así que para que cargar de más, al final dejaremos cosas en el sitio donde estemos y regresaremos con más de lo que nos fuimos.



El fin de semana pasado no fue la excepción. Nos invitaron a Durango para dar un Taller de Armado de rutas, lo cual hemos hecho en varias ocasiones por parte del trabajo, pero como dice un gran amigo, me dio el Déjà Vu Alzheimer, es decir, en lugar de esto ya lo había vivido, resultó que eso ya lo había olvidado, o al menos no tenía tan fresco en la memoria el recuerdo de llegar a un sitio con tantos caminos nuevos por recorrer y tanta gente dispuesta a compartirlos.



No perdimos tiempo y apenas bajando del avión ya nos encontrábamos camino a recorrer las zonas en donde se haría el taller, teníamos que tomar una decisión y comenzar con la parte teórica ese mismo día por la tarde. Después de una larga jornada que dio inicio a las 3 de la mañana, al final de ese día ya habíamos seleccionado la zona que parecía ser la ideal para los fines de nuestra visita, habíamos platicado algunos conceptos teóricos sobre el armado de rutas y como suele pasar, antes de dormir ya estábamos pensando en lo que sucedería al día siguiente.



La mañana del Sábado salimos rumbo a la zona una docena de guerrilleros cargados de armas y municiones, bueno, por la pinta lo de guerrilleros podría haber aplicado, pero lo demás en realidad eran taladros, bolts y plaquetas. Llegando a la roca y siempre bajo la amenaza de encontrar alacranes, pusimos manos a la obra. Nos dividimos en tres grupos de cuatro personas y de ahí en adelante todo fluyó cada vez mejor.



Equipamos y reímos hasta el cansancio. Al final del primer día había ya casi terminadas seis rutas nuevas y aún ninguna baja por picadura de alacrán (esto último así se mantuvo por fortuna hasta nuestro regreso). El Domingo no fue muy distinto, también equipamos y reímos hasta el cansancio, pero además comenzamos con los primeros ascensos. Así pues, el mismo fin vivimos el ciclo completo de llegar a una pared virgen, visualizar una línea para ascenderla, colocar los anclajes y después de eso le dejamos todo a la roca, que al final es la que decide si nos permitirá subir o no por sus paredes.



Lo mejor de todo en realidad no fueron los primeros ascensos, porque eso sólo es una consecuencia. Lo que realmente considero valioso es lo que decía al principio y por lo que prefiero viajar ligero. Dejamos cosas en Durango, nuevos caminos por recorrer y rutas por escalar, además de parte de nuestra experiencia. Pero sin duda regresamos más cargados.

Al llegar a casa y abrir la mochila te das cuenta que vienes con más de lo que te fuiste. Regresas con nuevos amigos, con nuevas ilusiones, con nuevos proyectos y hasta con nuevo raspones, pero sobre todo regresas con más experiencia de con la que te fuiste. Siempre es así, siempre se aprende algo nuevo y por eso hay que dejar espacio en la mochila para poder cargarlo de regreso.

Como dice el TRI, las piedras rodando se encuentran. ¡Gracias!